Con la ilusión de poder pescar a seca me acequé al río. Mayo suele ser un punto de inflexión para los pescadores de mosca. Las aguas frías van remitiendo, las eclosiones de insectos aumentan y las truchas salen de sus huecos para comer en superficie. Pescar a ninfa o con un tándem está bien, pero pescar a seca en medio de una eclosión para mi sigue siendo el momento más especial de la pesca con mosca.
Soleado, temperatura agradable y sobre todo viento suave, detalle fundamental en algunos ríos para poder colocar la mosca con precisión, eran buenos augurios.
Con los aperos montados y vadeador en ristre bajé al río esperando ver a las truchas cebándose, pero una cosa es el deseo del pescador y otra la realidad. Bajaban algunas olivas de vez en cuando, se veían tricópteros y dípteros volando, pero ausencia total de cebadas. Con este panorama, viendo los buenos resultados que últimamente me estaba dando el tándem, até al bajo un Barón rojo y una ninfa de faisán de las que ya he puesto fotos en entradas anteriores.
De esta forma fui clavando truchas, la mayoría pequeñas, pero con una librea preciosa, con intesos puntos rojos y aletas anaranjadas. A diferencia de otras jornadas esta vez el Barón daba algunas capturas, signo de que las truchas ya estaban acostrumbradas a comer arriba y además ya se podían ver algunas cebadas, aunque muy esporádicas.
Con el transcurrir del día la actividad en superficie aumentó y a pesar de que el tándem funcionaba perfectamente pude pescar a seca. Una truchita aquí, otra un poco más arriba cebándose, en aquel pozo vuelvo a poner el tándem a ver si pesco una grandecita...
Así fue trascurriendo la tarde hasta que el ocaso y el casancio dijeron que era hora de irse para casa. Ya en el coche algunos recuerdos de la jornada se me venían a la cabeza, como queriendo permanecer para siempre en mi memoria.